La corrupción está agazapada,
abunda por doquier.
Cuando salta la liebre o el conejo,
las escopetas enmudecen o disparan,
según sea la ubicación del matorral.
No se suele olfatear en la propia
casa;
pero sí meter las narices en la
ajena,
para hacerla tambalear.
Los escándalos seguidos se amontonan y
obnubilan al personal corriente,
que, harto de tanto latrocinio,
de nada se sorprende ya.
Los corruptos y corruptores
buscan su propio beneficio.
Son unos mangantes,
concertados entre sí,
que campean tras el dineral.
Los más pillos y avezados alardean de
honradez,
pregonan la decencia y la
integridad;
pero defraudan e infectan a la sociedad
con su hipocresía e inmoralidad.
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