Como el candil bajo la mesa
se ocultan las buenas obras,
quedando éstas en la penumbra
y sus virtuosos protagonistas.
Se hace hincapié en las maldades,
nublando las conductas ejemplares.
El fragor incesante de las armas,
acribillándose unos contra otros,
avivan las revanchas y los odios,
haciendo sangrar de dolor
a la gente de buena voluntad.
Para implorar que el bien triunfe sobre el
mal,
quitémonos las malas hierbas del
corazón
y elevemos la seráfica oración:
“ Señor, haz de mí un instrumento de vuestra
paz.
Donde haya odio, que yo lleve amor.
Donde haya ofensa, que yo lleve
perdón.
Donde haya discordia, que yo lleve
unión.
Donde haya duda, que yo lleve fe.
Donde haya error, que yo lleve la
verdad.
Donde haya desespero, que yo lleve la
esperanza.
Donde haya tristeza, que yo lleve
alegría.
Donde haya tiniebla, que yo lleve
luz.
Oh divino Maestro, haced que yo no
busque
tanto ser consolado, sino consolar,
ser comprendido, sino comprender,
ser amado, sino amar.
Porque olvidándome de mí mismo,
me encuentro;
perdonando, se me perdona;
muriendo en Ti, nazco a la vida eterna.
“
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