Sobre la soledad, sus diferentes modalidades, motivaciones y temporalidad hay para escribir un tratado. Desde la placentera libremente asumida, la llevada resignadamente, la impuesta, la buscada y así...se podría seguir. Solamente vamos a referirnos a una modalidad que exteriorizan algunos hombres, sin percatarse de ello por su ensimismamiento.
Es frecuente verles, especialmente a partir del atardecer, en un rincón de la barra de un bar o sentados junto a una mesa. Son hombres, solos con su soledad, con la cabeza agachada, que solo mueven un brazo para acercar la copa a sus labios.
Intuyes que llevan a cuestas alguna amargura, que reservan celosamente para si porque, tras el pequeño sorbo, fijan unos instantes la mirada recta o la elevan y en sus ojos notas el vacio ausente y un rastro de extraña pesadumbre que asocias, tal vez, a un fracaso matrimonial o de pareja, un desengaño amoroso, la añoranza de su niña o niño cuya compañía le está limitada o se dificulta, o simplemente huyen por horas de su hogar al no encontrar el cariño o ambiente esperado. Puede ser que su amor ha fallecido y el techo se les viene encima con los recuerdos,..¡Puede obedecer a tantas cosas!
En cualquier caso, sientes conmiseración, simulas que no has reparado en ellos y para tus adentros dices: ¡un desdichado más!. No te atreves a iniciar conversación, a entrometerte en su silencio, ya que son reacios a contar sus cuitas y muchos siguen pensando que lo contrario " no es de hombres".
Entonces uno también se abstrae del entorno pensando que, en nuestra desquiciada sociedad, hay demasiada tristeza y soledad pese al bullicio callejero, falta de amor y sobra de egoísmo. Por momentos te preguntas: ¿No será que le hemos dado la espalda a Dios y de ahí proviene lo demás?
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