Dentro de unas horas empezará la jornada de reflexión en el día previo a las elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán pasado mañana- día 25- en España. La meditación, para muchos atormentada cavilación, al sopesar el peso de los dictados del corazón y de la razón, ya se ha efectuado, y la práctica mayoría tiene decidido qué va a hacer. Pocas indecisiones quedan en el aire.
Se está pronosticando que la abstención puede ser elevada. A esa tentación, por legítima que sea en este país y no en algunos otros, conviene hacer frente. Es un derecho, pero debería ser un deber ciudadano, como el medio democrático más adecuado para elegir a quienes nos van a representar.
Con el voto se puede depositar o retirar la confianza a alguna de las formaciones políticas tradicionales que se presentan, e incluso aventurarse con otras de nuevo cuño; pero conviene votar, al menos para estar moralmente autorizados a exigir y protestar cuando las decisiones o el proceder de unos u otros no nos gusten.
El corazón tiene motivos que la razón no entiende, y lo mejor es enemigo de lo bueno, aseveran sendas sentencias. Lo que, llevado al terreno que nos ocupa, podría venir a reforzar la llamada al voto responsable. Las utopías son hermosas, pero difícilmente alcanzables. Por ello hay que valorar, en aras al bien común, cuál de todas las propuestas es la más fiable y posible. A veces el corazón tiene que supeditarse al raciocinio mesurado por la elección más favorable o menos perjudicial para el conjunto de los españoles.
Por bien de España y de la Unión Europea, que impere el patriotismo y el sentido común al depositar las papeletas en las urnas.
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