martes, 17 de junio de 2014

PROCLAMACIÓN LAICA DEL REY FELIPE VI.

 

Lo laico se está imponiendo como signo parcial de modernidad y de estar al loro con las corrientes progresistas del pensamiento, viéndose como retrógrado y carca, por mor de la aconfesionalidad del Estado, la exhibición o presencia de símbolos religiosos como el Crucifijo en actos institucionales y dependencias oficiales.

La aconfesionalidad, cuando tanto se proclama la tolerancia, no tendría por qué implicar su erradicación preventiva, bajo el pretexto de que la Cruz puede ofender sentimientos de terceros, cuando está tan arraigada en la cultura y las vivencias profesadas durante siglos por un pueblo. Se podría entender si su exhibición produjera un rechazo mayoritario, incluso si mediara una petición expresa y fundada; pero no en el caso de que se haga timoratamente a prevención, cuando no se ha solicitado así, por un purismo democrático y constitucional de la aconfesionalidad llevado al extremo.

Podría ser ésta la razón, de confirmarse lo publicado, de que en el acto trascendental e histórico de la proclamación del Rey Felipe VI no estén el Crucifijo ni el Libro del Evangelio- bien utilice la fórmula de juramento o la de promesa-, ni tampoco habrá posterior "Te Deum". Mientras se resalta la utilidad de la Monarquía en España, que siempre se definió como católica, se ensalza la labor del Rey Juan Carlos y se deposita la continuidad dinástica Borbón en la persona de su hijo el Príncipe Felipe, que tantas expectativas y buenas esperanzas origina, se orillará, además de la presencia de mandatarios extranjeros- por razones de tiempo y austeridad, según se dice-, el tradicional simbolismo religioso que acompañó las investiduras de la Corona.

A la mayor parte de la gente, aunque los tiempos y las modas cambien, sigue gustándoles el ceremonial de los grandes momentos y ocasiones. Aunque ningún mal acarrean el crucifijo ni el canto de alabanza a Dios, no figuran en el guión. Pese ello, que todo salga bien; será un gran día.

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