En dos ocasiones, 29-01-2013 y 23-09-2013, nos hemos referido desde este blog a la improcedencia de la abdicación del Rey D. Juan Carlos, señalando los motivos que la desaconsejaban. En la segunda se escribía: la abdicación, si se formalizase en el futuro, sería cuando el Rey lo estimase oportuno por el bien de España, de cuya unidad es garante. Pues bien, el Rey ha creído que ha llegado el momento, y así lo ha comunicado personalmente al pueblo español, en el día de hoy, con un mensaje televisado en el que, de forma sucinta, expuso las razones, terminando con guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón.
La abdicación, que ha sopesado en los últimos meses, ha sido recibida con sorpresa generalizada, produciendo honda y serena conmoción. Con tranquilidad hay que asumirlo, pese a los pronunciamientos, por otra parte esperados, de la extrema izquierda y los independentistas radicales, que han llamado a manifestarse por la República en las calles. La sucesión en favor del Príncipe de Asturias, que reinará con el nombre de Felipe VI, se desarrollará bajo el normal funcionamiento de las Instituciones.
D. Felipe ha sido preparado y se ha entrenado para ejercer la Jefatura del Estado con plenas garantías. Se enfrentará a problemas complicados y difíciles retos; lo hará desde el respeto y acatamiento a la Constitución y desempeñando lealmente la función institucional que ésta le asigna.
Don Juan Carlos fue el impulsor de nuestra Democracia, el artífice de la Transición, el mejor embajador de España; pero los tiempos corren, y en su transcurrir cambian situaciones y se relevan las generaciones. Ha cedido el testigo a su hijo, un Príncipe más que adecuado para los tiempos actuales, esperanza de futuro. La Jefatura del Estado ha estado en buenas manos con el padre, y lo estará con el hijo. Aquel, desvistiéndose de la potestas se ganó la auctoritas, y éste tendrá que labrársela. De momento, ya lleva mucho avanzado.
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