Ayer se celebró el “ Día de la Madre “. Además de homenajearlas, se recordó a las ya difuntas. Si todas merecen elogios por parte de los hijos, procede rememorar a las madres de antaño, que con muchos hijos y en las condiciones precarias de entonces, fueron el alma de las familias, llevando el peso de la casa, el cuidado de los niños y, haciendo de la necesidad virtud, ingeniándose para que no faltara la alimentación mínima en esas épocas de grandes carestías. El marido se encargaba de trabajar en lo que era su oficio o en lo que podía, siendo su sueldo el único ingreso dinerario, mientras la esposa cuidaba de administrarlo con diligencia y cuidado extremado. Algunas de aquellas madres, además de las tareas citadas, hacían los trabajos esporádicos que podían surgir. ¡ Cuánto amor, entrega y sacrificio ! Ahora, debido a la crisis, el tiempo parece retroceder en bastantes casos.
El hecho de ser madre - actualmente, antes y por siempre – es una facultad grandiosa, semidiosas de la creación : engendran, dan vida y traen al mundo los bebés. La madre ama al hijo de un modo entrañable- lo tuvo y sintió en sus entrañas-, perdurable y desinteresado. Ser madre no se puede explicar; solo ellas conocen la grandeza y el gozo de dar una nueva vida. Los hijos, aunque no siempre evidencien el amor que las tienen, en los momentos de dolor y pesar exclaman: ¡ Ay, madre !
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