En el transcurso de la vida, todos hacemos o dejamos 
de hacer algo de lo que arrepentirnos, aunque se lo guarde cada uno para sí. 
Cuando se participa a terceros lo mal hecho, haya sido voluntariamente, por 
imprudencia o incompetencia, se libera uno de la mala conciencia por el fallo 
cometido, máxime si va seguido de un sincero arrepentimiento, aunque no siempre 
es posible remediar el mal causado a uno mismo o a los demás. El arrepentimiento 
atenúa la culpa y abre el camino para la 
rectificación.
Empecinarse 
defendiendo lo indefendible, evidencia un orgullo improcedente y la negación de 
lo censurable, aunque se mantenga tal postura con modales educados. Esto es lo 
que hizo el ya ex ministro de Sanidad, Salvador Illa, tras su último Consejo de 
Ministro, cuando dijo que no se arrepiente “ de nada de lo que ha hecho “. Pero 
en su gestión de la pandemia hasta su dimisión, para dedicarse por completo a su 
candidatura por el PSC a la Presidencia de la Generalidad de Cataluña, se 
produjeron cerca de un millón de infectados y ochenta mil fallecidos a causa del 
Covid-19. Por supuesto que no quiso, al igual que nadie, que se produjeran 
tamañas desgracias, que continúan y aumentan, pero la falta de previsión, los 
errores y las medidas desacertadas y tardías adoptadas sí que le son achacables 
políticamente. 
Aunque 
haya culpas compartidas, no queda Illa bien parado al no hacer la necesaria 
autocritica como Ministro de Sanidad.
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