martes, 5 de enero de 2021

TESTIGOS DE LA FÚNEBRE REALIDAD

 No son meramente números estadísticos, que van en aumento cada día que pasa. Detrás de cada uno de ellos hay una persona fallecida, una vida segada por el Covid-19. Historias que se nos ocultan, al igual que los féretros que contienen sus restos. Final desdichado el de tantísimos muertos en soledad, sin manos queridas que acaricien las suyas, ni voces amorosas que les acompañen en la agonía definitiva. Sólo los médicos y sanitarios que les atendían, además del auxilio espiritual de los sacerdotes, suplían con su afecto y entrega impagables las forzadas ausencias familiares. Y en esa labor encomiable continúan.

 
Los idos descansan ya en paz, dejando un reguero de tristeza entre sus seres queridos y una sensación de impotencia en los médicos que no pudieron salvarles la vida. Éstos y el personal sanitario, que han recibido también el zarpazo de la muerte entre sus filas, son los testigos de la amarga y tantas veces fúnebre realidad. Como seres humanos, muchos de ellos sufrirán las secuelas psico-emocionales de la tragedia que no remite, pero seguirán en la brecha, conscientes de que se les necesita. Su sentido del deber les llevará, incluso, a prestar atención esmerada a los incívicos que resulten contagiados por su actitud irresponsable, que ha contribuido a la expansión de la pandemia.

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