Leemos sobre las muertes y demás horrores de las 
guerras habidas en la Historia y de las actuales; pero como no hemos participado 
en ellas, ni tampoco hemos sido testigos de las mismas, las vemos con la 
frialdad que arroja el número de víctimas y con un sentimiento entremezclado de 
incredulidad, repulsa y conmiseración. No es lo mismo que te lo cuenten, que 
estar, verlo y sufrirlo.
Algo parecido ocurrirá en el futuro con la 
pandemia del Covid-19 cuando haya desaparecido. Las crónicas y las películas que 
puedan hacerse, nunca podrán retratar la tragedia en su verdadera magnitud. 
Importa el presente; pero se escamotean las imágenes en su cruda y dolorosa 
realidad. Sólo se proporcionan datos estadísticos, que no sirven de por sí para 
apreciar lo que sucede en los hospitales, visualizar los féretros que trasladan 
a los fallecidos y los desgarros familiares producidos por las dolorosas 
pérdidas. Sólo los médicos y demás personal sanitario, que atienden directamente 
a los infectados más graves y ven el acecho de la muerte, son presa de la 
impotencia y desolación que sufren cuando no pueden salvarles la vida. Sobrecoge 
oír sus relatos.
Tampoco es suficiente la divulgación de las 
medidas de seguridad a adoptar para evitar la infección, aunque son necesarias. 
Deberían ser complementadas con filmaciones e imágenes televisivas, para que 
toda la población fuera consciente de la pandémica realidad que nos envuelve y 
de sus funestas y tristes consecuencias. Nadie debería comportarse como si 
estuviera a salvo de contagiarse y contagiar. Aunamos esfuerzos y sacrificios 
para erradicar este mortífero 
mal.
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