La toma del poder en Afganistán por los talibán y
la ocupación de todos sus territorios en pocos días, incluida su capital,
después de que las tropas de la OTAN se replegaran y abandonaran el país- las
últimas en irse norteamericanas- fue un “ paseo militar “, pues apenas
encontraron resistencia por parte del ejército y las fuerzas de seguridad
afganas, que se entregaron o huyeron. Veinte años perdidos por los occidentales,
que pretendían “ normalizar “ el país, consiguiendo notables avances en las
urbes más importantes, a base de un altísimo precio en vidas humanas de la
coalición internacional y dinerario. Todos los esfuerzos, logros conseguidos y
buenas intenciones se han ido al traste. La “ sharia” más extremista, las
disputas tribales y los “señores de la guerra “ volverán a sus rivalidades y
atrocidades ancestrales, así como las venganzas contra los colaboracionistas
nativos con Occidente y la consideración de la
mujer como un objeto sin derecho alguno.
Los analistas se preguntan por qué ha ocurrido
este desenlace tan rápidamente, a la vez que, a “ toro pasado “, se reparten
culpas e imprevisiones. El hecho es que
Occidente, en el ejercicio de la autodefensa contra el terrorismo de Al Qaeda,
apoyado por los talibanes, emprendió la misión de neutralizarlo, lo que se
consiguió en buena parte, y democratizar Agfanistán, sin valorar las profundas
diferencias culturales, sociales y tradiciones del fundamentalismo islámico más
extremo, además de olvidar las lecciones de la Historia sobre la reacción, más o
menos a la larga, de los pueblos que se ven o
sienten invadidos, por mucho que se les quiera favorecer. Afganistán es un
clásico; hasta las poderosas tropas soviéticas tuvieron que retirarse de allí. Y
es que cuando se va a una guerra, no se puede andar con remilgos.
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