Los políticos tienen derecho a tomarse
vacaciones, para descansar ellos y tranquilidad nuestra, durante tres o cuatro
semanas, y si las estiran unos días, sin sobrepasarse, mejor para ellos y para
los demás. Pero no acaban de desconectar totalmente en el periodo, seguido o
fraccionado, vacacional. Bastantes conceden entrevistas, van de un sitio para
otro con el fin de reunirse con sus pares ideológicos, intrigar e intercambiar
opiniones sobre nuevas estrategias. ¡ Vamos !, que no se desprenden del “
gusanillo “ que llevan a perpetuidad por dentro. Por si algo faltaba, hacen uso
de las redes sociales, directamente o a través de subalternos, para demostrar su
presencia virtual y que están al tanto de lo que se cuece todos los
días.
Algunos son reacios a decir el lugar de veraneo,
para pasar desapercibidos y evitar posibles acosos a los que pueden exponerse,
lo cual es una prevención comprensible, como también es normal que el presidente
del Gobierno se blinde en “ La Mareta” y en Doñana, pues la exposición pública y
los paseos callejeros podrían acarrearle desaires. En Nueva York es un
desconocido para el común, lo que no ocurre aquí.
Merece una mención especial toda esa gente que,
queriendo, no puede vacacionar, sea por precariedad económica, estado de salud,
dedicarse al cuidado de otros o demás causas, no deseadas ni buscadas. Toda
solidaridad con ellos es poca. No debería ser, pero lo es : Unos, mucho en todos
los órdenes; otros, suficiente o poco; y demasiados, nada. Que los políticos
mediten sobre ello en sus vacaciones y, al retorno de las mismas, se pongan de
acuerdo para remediar lo que sea posible.
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