Nuestras Fuerzas Armadas han participado y siguen
participando en diferentes misiones internacionales, en zonas conflictivas y en
estado de guerra, aunque a algunas se las denomine eufemísticamente de
“ paz “ sin serlo. En cualquier caso, el riesgo
siempre existe, mucho mayor y más grave en los lugares donde se producen
enfrentamientos bélicos. Pero nuestros soldados, por difícil que fuera la misión
asignada, han dado la talla y estado a la altura de las circunstancias,
supliendo con disciplina, arrojo y, a veces
improvisación, determinadas carencias y los distintos escenarios que tenían que
afrontar. El espíritu militar que les caracteriza- imprime carácter- está
acreditado sobradamente, así como su propensión a respetar y ayudar a los más
frágiles y necesitados, con independencia de su etnia y religión. Como escribió
Calderón de la Barca: “ La milicia no es más que una religión de hombres honrados
“.
Nuestros soldados sienten y practican el espíritu
militar, que les fue inculcado en las respectivas academias castrenses, periodos
de formación y estimulado por sus jefes a lo largo de su trayectoria
profesional, manteniéndolo cuando han pasado a la reserva. Son hombres y mujeres
de honor, fieles al juramento prestado, saben el significado del compañerismo,
auxilian y acuden en socorro del compañero herido o que está en apuros, y a
ninguno lo abandonan a su su suerte ni le “ dejan en la estacada “. Cumplen
órdenes y acatan la jerarquía, impronta compartida por los soldados de otros
países integrantes de la Coalición Internacional en Afganistán. Cuando se les
ordenó abandonar este país, lo hicieron, aun sabiendo lo que podría ocurrir allí
más pronto o más tarde, y ha acabado sucediendo.
Las decisiones últimas las toman los gobiernos
por motivaciones políticas, en las que a veces hay componendas oscuras y turbios
intereses de diversa índole. En el caso de Afganistán, una vez eliminados
numerosos terroristas y dirigentes de Al Qaeda, así como el principal, Bin
Laden, en Pakistán, hay aspectos que, aparte de pretenderse ingenuamente
democratizar el país, indican que podría haber sucedido así, habiendo sido la
Administración norteamericana la que ha llevado siempre la voz cantante, por ser
la superpotencia que muchísimo más ha invertido en el ingente despliegue de
personal y medios, sufrido el mayor número de bajas y de desgaste ante la
opinión e incomprensión pública, produciendo el efecto arrastre entre los
restantes países de la Coalición. La sensación de humillación percibida en
Occidente es evidente. Han ganado y salido reforzados los talibanes, están en su
poder las sofisticadas armas regaladas al ejército afgano y el Régimen corrupto
hasta la médula que allí había se ha desmoronado en un plis-plas, huyendo su
último presidente con las maletas a rebosar de dinero. Mientras tanto, la gente
no talibán se ve desamparada, traicionada y expuesta a más que posibles
represalias sangrientas y mortales.
Hemos empezado con una glosa merecida a nuestros
soldados. Por turnos, muchos de ellos estuvieron allí durante 19 años en la
misión de la OTAN, jugándose la piel- 96 rindieron su vida, además de 2 guardias
civiles, 2 policías y 2 intérpretes-, dejando alto el pabellón español. No deben
sentirse humillados, sino estar orgullosos por lo que hicieron y por la
satisfacción del deber cumplido. Los corazones
se encojen y la lágrimas saltan cuando se oye en el homenaje a los Caídos el
toque de oración y la voz recia que dice: “ –no pudieron querer a otra bandera-
no quisieron andar otro camino- no supieron morir de otra manera “.
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