Llama la atención que a muchos de los ateos,
agnósticos, no creyentes o indiferentes, les caiga bien el Papa Francisco y
mal sus dos últimos e inmediatos antecesores, para no remontarnos a los de unos
años más atrás, y que, por el contrario, bastantes católicos practicantes se
cuestionen, mayormente a título personal y en su interior, la oportunidad y
acierto de algunos de sus gestos, palabras y decisiones ajenas a la misión
pastoral del sucesor de Pedro. No obstante, los últimos se reservan generalmente
para sí pensamientos y opiniones, o a lo máximo las expresan en un circulo
reducido y discreto, pensando que estos podrían ser juicios temerarios; pese a
ello rezan por el Papa.
La cuestión es más compleja cuando se pretende
interpretar y diferenciar correctamente si el Papa habla a título personal o
como Jefe del Estado del Vaticano, siendo fácil comprenderle, compartir con él y
asumir cuando transmite el mensaje y el ejemplo de Cristo, recogidos en los
evangelios del Nuevo Testamento.
El caso es que la polémica persigue a Francisco,
tildado por algunos sectores cristianos como populista e izquierdista. Sea
cierto o no, con esta cruz de la incomprensión tiene que cargar. Suele terminar
sus alocuciones pidiendo que recemos por él. Así lo hacemos, a la vez que
pedimos al Señor que Francisco lleve la barca de Pedro con buen tino y
rumbo.
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