Para que la Unión Europea y los países que la
integran tengan un papel destacado en el mundo, tienen que saber lo que desean
ser y cómo llevarlo a cabo. Los factores económicos, militares, tecnológicos,
sanitarios, de bienestar social- entre los que se incluyen los sanitarios- y
otros son importantes, pero no decisivos por sí solos si no van acompañados de
un rearme moral, y se abandonan las raíces cultural-cristianas y el poso
humanista que las caracterizaron. La dejación y relajación de los dos últimos
aspectos, que se están dando desde hace algún tiempo, dejan un hueco que será
ocupado por ideologías y “ valores “ de otras culturas foráneas, no respetuosas
con la libertad, dignidad e igualdad de todas las personas, en cuanto son
criaturas de Dios.
A pasos, más o menos rápidos, se está abriendo la
puerta de la penetración suplantadora, que nada tiene que ver con los flujos de
la inmigración musulmana, legal y regulada, cuya buena parte de la misma rechaza
la interpretación y aplicación fundamentalista del Islam. En la debilidad de
Europa influye también la baja tasa de natalidad entre sus habitantes y la
promulgación de bastantes leyes inicuas, así
como el fomento de algunos modos de vida que envilecen y degradan al ser humano,
reduciéndolo a una masa amorfa, interesada por lo instantáneo, el utilitarismo,
el relativismo y el hedonismo.
Cuando este viejo continente quiera darse cuenta
de su extravío, será ya tarde y baldíos los lamentos. Los musulmanes, en base a
su prolífica natalidad, gobernarán en muchas
Instituciones y, paulatinamente, se generalizarán sus usos y costumbres, que
ahora nos son extraños. Sólo cabe desear y esperar que no rijan nuestros
destinos los “ ayatolás “ extremistas. En cualquier caso, es cuestión de años si
no se rectifica antes la decadente deriva emprendida. Los mayores no lo verán,
pero sí sus descendientes que ahora son pequeños. A tiempo se está de evitar que
se culmine en el futuro el suicidio de
Europa.
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