Siempre hubo guerras, las hay y seguirán entablándose. Es un persistente sino maldito de la Humanidad. En todas ellas se producen, por parte de los enfrentados y en mayor o menor número, actos heroicos, cobardes, innecesarias crueldades criminales, destrucciones, víctimas entre la población no combatiente, desgarros familiares y las desgracias subsiguientes al escapar o huir del terreno infernal.Sin entrar en las diversas formulaciones y disquisiciones sobre la “ guerra justa “, se admite la legítima defensa proporcional ante toda agresión o invasión contraria al orden y al derecho internacional. El problema reside en cuándo, cómo, contra quién y por qué se ejerce la defensa reactiva, qué se entiende por justa respuesta necesaria y proporcional, cuáles son los parámetros para apreciar tales supuestos, así como las diferentes varas de medir, supeditadas a veces a diversos intereses.El fin de las guerras en el Orbe y la prevalencia de la paz en el mismo, se quedan en voluntariosas aspiraciones, por buenas que sean sus intenciones. El caso es que los conflictos armados se producen constantemente; las treguas son efímeras en muchas ocasiones; hay nuevos frentes que cubrir y algunos escenarios con perspectivas de estallar. El desencadenamiento de los enfrentamientos bélicos no dependen del común de los mortales, aunque demasiados mueren combatiendo en el campo de las batallas o por estar cerca de allí.A la vista de ello, lo mejor que se puede hacer desde las tranquilas “ retaguardias “ es sentirse en paz con uno mismo, tratar con amor al entorno más próximo y a los demás, así como, dentro de las posibilidades personales, aliviar las penalidades de los que sufren los estragos de las guerras y sus consecuencias. No debemos permanecer indiferentes ante tan horrorosos males, ni ser comparsas de los pacifistas, con frecuencia selectivos, de boquilla y salón. El camino se hace andando. El que conduce a la ansiada paz es largo y está plagado de obstáculos. Aunque resulte utópico alcanzarla, hay que seguir en pos de ella. Valen la pena, sin dejar de tener los pies en la tierra, los sueños y empeños idílicos.
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