La reforma de la ley del aborto emprendida por el 
Gobierno, ampliando los anteriores supuestos para el mismo, no es un avance en 
los derechos de la mujer, sino un un ataque más contra la vida y la grandeza de 
ser madre. Permite, entre otras barbaridades, que las chicas de 16 y 17 años 
puedan abortar sin informar a sus padres ni obtener su consentimiento. Establece 
la obligatoriedad de practicarse en los hospitales públicos, a la vez que exige 
que los médicos que no deseen hacerlo lo manifiesten, lo que implica la 
posibilidad de ser puestos en la “ lista negra “ y peligrar sus aspiraciones de 
ascenso profesional. Elimina los 3 días de reflexión, por si la embarazada 
cambia de parecer. Prohíbe que personas o grupos ofrezcan orientación y ayuda, 
exponiendo otras alternativas al aborto. Lo dicho, es una barbaridad monstruosa, 
que impulsa con mayor extensión la muerte del nasciturus. El derecho es a la 
vida, no a segar la del embrión humano.
Salvo profundas convicciones cristianas y 
ético-morales contrarias al aborto, se puede entender humanamente que se opte 
por éste en casos de violación constatada, riesgo grave para la vida de la 
madre( el de la salud física y psíquica es un coladero, cual un cheque en blanco 
), y ante pronósticos seguros de enfermedades y anomalías graves, incurables y 
progresivas detectadas en el que va nacer, el cual viviría como un vegetal o en 
permanente discapacidad mental. Es un problema de conciencia personal de los que 
deben tomar la decisión. Pero, incluso, en los supuestos señalados, es amplia la 
casuística a favor del nacimiento. Piénsese, por ejemplo, con los afectados por 
el síndrome de Down u otras discapacidades graves.
En fin, impera más la protección de una planta o 
de un animal cualquiera que la de vida y el derecho a nacer de todo ser humano. 
A tal estado de depravación moral ha llegado el Gobierno y su ministra de “  
desigualdad “ Irene Montero, impulsora ufana de esta monstruosidad, levantando a 
lo más alto el pendón de la iniquidad. A todo esto se suman los 12 años que 
lleva el Tribunal Constitucional sin pronunciarse acerca del recurso, que le fue 
planteado sobre aspectos polémicos del aborto. Mayor negligencia no se puede 
dar, que solo es explicable, pero no justificable, por las divergencias 
ideológicas de sus componentes.
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