Desconocemos cómo será la España del futuro, la de los niños de hoy y próximas generaciones; pero nos barruntamos que será diferente, ya lo es en gran parte a aquella en la que crecimos y a la de los pasados años de bonanza y unidad. Todo cambiará, desde su configuración política y económica, a los cambios socio-culturales impuestos por la demografía de relevo, con el añadido de las incertidumbres sobre la Unión Europea y el determinante de otro modelo de sociedad derivado de la influencia de posibles nuevas potencias mundiales y los continuados avances de la revolución tecnológica.
No es descabellado pensar que los minaretes sustituyan a los campanarios, los descendientes de los empleadores españoles de hoy sean los operarios de los nuevos amos que profesan religión y costumbres que nos son ajenas, que se produzca un inevitable sometimiento a nuevas reglas del juego que hoy nos repugnan por infamantes. Es evidente que nos estamos refiriendo a ese Islam extremista obsesionado por reconquistar al- Ándalus, que ya tiene su numerosa avanzadilla establecida en la piel de toro y otros países europeos para los que valdría este aventurado vaticinio. Australia queda lejos y allí tienen las ideas claras.
El auge chino y subsiguiente penetración financiera en los mercados occidentales irá en aumento, ya ocurre; pero sus intereses parecen ser solo de tipo económico en lo que a España se refiere. Los afincados aquí no arman bulla, " trabajan como chinos", son un sonriente y hermético mundo aparte que aspiran a ser propietarios de un negocio concreto o ampliarlo a otras actividades. No tratan de imponer sus costumbres ni forma de vida, saben nuestros gustos gastronómicos y a bar de tapas español en cierre, lo adquieren en propiedad o traspaso y, con maestría, preparan la tortilla de patatas, calamares o lo que se tercie del variado recetario hispánico.
Del futurible genérico referido al principio, hemos descendido a tan solo los dos supuestos anteriores, el musulmán y el chino. El primero es fácil de intuir, estamos en sus prolegómenos y representa un problema; el segundo no presagia, de momento, más que el comercial y laboral. En lo laboral, dado el elevado paro, habría que establecer un porcentaje de trabajador español a emplear en función del total de la plantilla, si la legislación lo permitiese.
En fin, son avatares de la Historia. Lo penoso es que suceda porque una Nación decida auto inmolarse al abjurar de los valores, principios y raíces que caracterizan su singular identidad. Ojala nuestra presunción sea errónea y la herencia que dejemos a las generaciones venideras sea mejor de lo que pensamos,pero para ello haría falta un milagro que removiera conciencias
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