En tiempos tan turbulentos como los actuales, donde se vive en permanente sobresalto por las continuadas malas noticias nacionales e internacionales, no es de extrañar que surjan momentos en los que quisieras aislarte del mundo y buscar refugio en perdida isla o en monasterio de "ora et labora". Pronto ceden paso las ensoñaciones a la realidad y a las responsabilidades que tienes contraídas, pues hay que ser consecuente con la decisión que en su día adoptaste y afrontar las situaciones tal como se presentan, buscando cómo superarlas y no darte por vencido. Ni eres un Robinson Crusoe ni sentiste la llamada vocacional al monacato. Lo de aquel y sus aventuras vale como novela y película de ficción.
La vida terrenal nunca ha sido la mitológica Arcadia feliz. A los episodios malos les siguen pequeños sorbos placenteros. Es el hombre quien la hace más o menos llevadera, la llena de alegría o de tristeza, alivia el caminar o pone piedras en el sendero. El mal y el bien está en el obrar humano, en la manera de concebir el peregrinar por el mundo, conformar las sociedades, dirigir sus destinos, darle o negarle un sentido trascendente a la vida, reconocer o despreciar la dignidad y derechos inherentes a toda persona.
La fortaleza es la que hace crecernos ante la adversidad y eso depende de cada uno desterrando fatalismos. La vida es un regalo de amor, la naturaleza un deleite y la reflexión interior ayuda a conocernos, a aceptar con humildad nuestras limitaciones, a superarnos, comprender a los demás y a contribuir para que el mundo sea mejor. Vistas así las cosas, ya tenemos la partitura para cantar a la vida, cada uno con su timbre de voz pletórico de ilusión.
Los monjes seguirán con sus trabajos y estudios en silencio, con sus oraciones, rezando por nosotros y con el canto gregoriano, lo que es digno de admirar y agradecer. A Robinson Crusoe lo rescataron de la isla deshabitada unos piratas. Los demás tenemos que seguir remando en el mar de la vida, esté en calma o embravecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario