Es difícil reconocer los propios errores y malos procederes, lo socorrido es echar la culpa a los demás en un intento de auto engaño; pero la mala conciencia, tozuda, te persigue y aflora cuando menos lo esperas. La instintiva reacción es resistirte a admitirla, persistes en disculparte a ti mismo con pretextos ficticios para seguir diluyendo y trasladando responsabilidades, buscas la salida en el espejismo de lo que te parece puerta de escape.
Si, por el contrario, te detienes a analizar fría y objetivamente la causa que desencadenó el fallo, es muy probable que la encuentres dentro de ti. El hallazgo facilitará que, humildemente, aceptes la realidad sin artificios y te liberes de la ficción, elaborada en un proceso mental de soñada auto exculpación.
Entonces surgirá el deseo de no reincidir, pero muchas veces quedará en loable aspiración; así es la condición humana. Cuando acaezca nuevo tropiezo, no hay que dejarse llevar por el abandono ni la desesperanza, sino por el afán de superación personal que, paulatinamente, se refuerza cuando se pone empeño en ello.
Lo expuesto es extrapolable a las Instituciones y diferentes colectivos ( de la política, el sindical, el empresarial, la banca, los mediáticos, etc. ) pues, al fin y al cabo, están constituidos por personas. La dinámica de su respectivo funcionamiento y los intereses contrapuestos, entorpecen la autocrítica constructiva; de ahí, el escollo para enmendar sus errores y posibles desafueros en perjuicio de la sociedad.
Sólo el unánime clamor ante sangrantes injusticias, percibidas como tales, puede llevar a un consenso sobre la necesidad de actuar, rectificando. Es lo que parece que va a suceder con la problemática de los desahucios por impago de hipotecas; el desencadenante han sido tres suicidios y hay pavor a que se propaguen por mimetismo.
Los casos de desahucio por el motivo aludido, requieren tratamientos individualizados para deslindar picarescas y fines especulativos en busca de un rápido beneficio, de la precaria necesidad que debe ser atendida con urgencia. En la suscripción de las hipotecas, parece que hubo de todo; desde la transparencia, el engaño inducido, hasta la irreflexiva confianza por muchos de los que las suscribieron sin valorar las posibilidades de hacer frente a ellas.
Sean las que fueran las causas, es un drama a solucionar, una lección a aprender y no perder el tiempo en si fueron galgos o podencos. Cuando nos hable la mala conciencia, escuchémosla; hay casos en los que, al igual que en éstos, no cabe reincidir.
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