Ante el desafío separatista en Cataluña, José María Aznar ha abogado para que PP, PSOE y UPyD, con el respaldo del Rey, hagan, de entrada, un claro e inequívoco gesto de "compromiso", para "mantener" la unidad de la nación española, seguido de las otras medidas legales que se pueden aplicar si los secesionistas persisten en su desvarío. Recomendación que, con mucha probabilidad, caerá en saco roto, conociendo el paño de quienes tendrían que abrigar a esa España que tirita por el frío del desamparo.
Como los aparatos de los partidos van a la suya; el Rey, cuando no es por un pito, es por una flauta, y el Príncipe dijo que lo de Cataluña no era un problema, no es de extrañar que cunda el recelo. La proporcionada reacción podría producirse si un mayoritario clamor popular, desterrando banderías, les impeliese a ello. El instinto de mantener privilegios suele obrar milagros.
Sólo Aznar y Felipe González suscitan adhesiones mayoritarias en las bases populares y socialistas, respectivamente. Si quisieran, serían los indicados para excitar la extensa demanda popular por la Unidad de España, encabezándola ellos cogidos del brazo y aparcando diferencias. O se atendían las exigencias, o empezaría el efecto dominó.
Si, amigos, posiblemente se haya expuesto un juicio duro, injusto, de utópico final, y no vamos a negarle su parte de razón a quien eso opine; pero es que hay algunos que no se mueven sino se les empuja, y el patio no está para permanecer quietos.
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