Lo prometimos el pasado día 13, cuando hicimos chanza del pronosticado, por agoreros, fin del mundo para hoy, y lo hemos cumplido. Tres amigos nos dirigimos a un espacio amplio y libre, sin polución, para poder mirar el firmamento y esperar el cataclismo. Por el camino paramos en una vieja bodega. El mal encarado dueño llenó un botellín de plástico con vino peleón del contenido en un mugriento barril, envolvió unos pocos cacahuetes rancios y altramuces secos en una amarillenta hoja de periódico, le pagamos 50 céntimos cada uno y ya teníamos el justo avituallamiento para esperar el desastre anunciado. Como detalle, el mesonero nos regaló los vasitos, también de plástico, en donde escanciar el vino.
Seguimos el camino, a regañadientes por parte del que, aunque de normal es jocoso, tiene su aquel de supersticioso. Se sobresalta al ver un gato negro, elude pasar por debajo de los andamios, dice que los acuarios con peces traen mala suerte y siempre lleva en el bolsillo un trocito de madera para tocarlo ante un mal presentimiento. Pero, en fin, entre bromas llegamos al lugar elegido, no sin antes haber arrojado en un contenedor los cacahuetes y altramuces, porque una cosa es palmarla inevitablemente por caprichos planetarios e inter estelares y otra, muy distinta, por una intoxicación o mal de vientre que se puede sortear. Del vino decía un borrachín que los hay de dos clases, el bueno y el mejor; no era, por tanto, motivo de preocupación.
Se acercaba la hora fatal, llenamos los vasitos para brindar canturreando la melodía " Reloj", cuando repentinamente se desataron rachas de viento huracanado. Apareció, a poca altura y como surgido por encanto, un misterioso objeto que parecía un casco, de tamaño inusual por lo grande, haciendo veloces desplazamientos por el aire, igual se nos acercaba que se alejaba, ascendía que bajaba, y no era una cometa. Los dos acompañantes echaron los vasos al suelo, uno corrió como poseído al encuentro del objeto volador, el supersticioso empezó la carrera huyendo en sentido opuesto y gritando " madre mía, madre mía,..., ya está...,el platillo, los extraterrestres...".
Al cabo de un interminable minuto cesó el fuerte viento, el extraño objeto dejó su frenético danzar y se desplomó en el suelo a unos cien metros de distancia. Se le acercó quien corrió a su encuentro, lo observó con detenimiento, lo cogió cuidadosamente con ambas manos y pausadamente, como si llevara una bandeja con vasos de cristal de Bohemia, regresó. Al otro le perdimos de vista, debió de seguir, despavorido, en su huida sin echar la vista atrás.
Enojado y avergonzado, sin un pelo en la cabeza para nuestra sorpresa, el que con tanta delicadeza llevaba lo que ya de cerca semejaba un pequeño ovni, mostró su secreto jamás revelado: ¡la peluca!, que la ventolera arrancó de su gran cabezón. Le prometimos que guardaríamos reserva sobre su oculta calvicie y que al amigo supersticioso, como explicación al insólito suceso que tanto le asustó, ambos le diríamos que fue un ovni, posiblemente en plan de avanzadilla y observación; pero que remontó el vuelo en vertical y en lo alto del firmamento desapareció.
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