domingo, 13 de enero de 2013

CORRUPCIÓN : INFORMACIÓN Y OPINIÓN.

 

Cuando los que ejercen autoridad o mando no informan con trasparencia de los asuntos de interés público, suelen producirse tratamientos informativos, especulaciones y comentarios carentes de la suficiente exactitud que, en su propagación, aumentan la confusión. Se llega a un extremo en el que, a menudo, al lector u oyente le resulta difícil distinguir lo realmente contrastado de lo supuesto, lo verosímil de lo ficticio, lo verdadero de lo falso

La referencia genérica a fuentes " bien informadas", " de toda solvencia", " dignas de crédito",etc., sin desvelar cuáles son, en base al obligado secreto profesional, no garantiza ser inmune a la intoxicación ni a la posible parcialidad interesada. Invocando tales fuentes no es raro encontrarnos ante informaciones de sesgo diferente, a las que se les da mayor o menor credibilidad según la predisposición subjetiva del consumidor. En tal maremágnum es complicado distinguir lo esencial de lo irrelevante, el trigo de la paja.

Una de las funciones de los profesionales de los medios es el informar responsablemente, la honradez informativa, previa contrastación, y ahí empieza el calvario: ir en busca de la noticia, confirmar el rumor, torear las presiones, esquivar a los manipuladores, depurar la información, darla a conocer anticipándose a otros, en ocasiones practicar la responsable autocensura y procurar no ser abatido por los que disparan al mensajero.

De la información dimana la opinión y si aquella viene viciada, ésta puede desbarrar en términos insospechados con efecto multiplicador; máxime en un país en el que los más profanos nos permitimos pontificar hasta del sexo de los ángeles, reforzando la argumentación con la socorrida muletilla: " lo sé de buena tinta".

Hay asuntos sobre los que por Ley se impone reserva, y parece lógico que así sea; pero extenderla más allá de lo establecido y tratar de convertirla en un fortín blindado, en el que queden a salvo de la opinión pública los desmanes corruptos y de otra índole delictiva de los poderosos e intocables castas, no es de recibo en un país que se precie de democrático.

No procede intromisión que afecte al honor y a la dignidad de las personas; pero quienes se meten desde sus posiciones de privilegio en tales berenjenales, saben a lo que se arriesgan aunque se consideren intocables. Los que de tal guisa actúan, ellos mismos dilapidan su dignidad y honor. La Justicia lo esclarecerá o no, mas la verdad del mal proceder fustigará sus conciencia, a no ser que la tengan narcotizada por creer estar por encima del bien y del mal.

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