Que con irresponsable ligereza se levanten patíbulos mediáticos.
Que la Justicia sea perturbada en la necesaria ecuanimidad.
Que la presunción de inocencia sea una quimera.
Que haya ensañamiento y regodeo en el mal ajeno.
Que los “ nuestros “ sean los buenos y los “ otros “ los malos.
Que solo salgan a la luz las miserias y no las virtudes.
Que se eche en falta la ejemplaridad en parte de aquellos que más obligados están a observarla.
Que no examinemos nuestra conciencia antes de arrojar la primera piedra.
Que el egoísmo gane terreno al desprendimiento.
Que haya tanta necesidad, paro y hambre, mientras desaprensivos han dilapidado a mansalva lo que no era suyo.
Que se haya banalizado la distinción entre el bien y el mal.
Que la mentira se imponga sobre la verdad.
Que paguen justos por pecadores y se libren, al final, los culpables de la traición y el expolio.
Muchas cosas más no están bien; pero la grave situación a que han abocado a la Nación no debería distraernos en reproches ni lamentos, sino en ver cómo y por qué se ha llegado a ella y, así, empezar a reconducirla.
Es deseable que los culpables de las tropelías paguen por ello, y que se desactiven los peligros rupturistas; que se cumpla la Ley, que la Justicia se imparta con rectitud y que los jinetes políticos sean patriotas, valiosos y ejemplares.
En el fondo de tantas calamidades subyace la pérdida de los referentes morales. El recuperarlos nos incumbe a todos.
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