El plan de paz de ETA es diabólico, como lo es la oferta de entrevistarse en Oslo con un representante del Gobierno español para decirle dónde se halla escondido parte de su mortífero arsenal. Esas “ buenas” intenciones las vincularía a inaceptables condiciones que, en buena lógica, un Gobierno responsable debería rechazar.
Tal rechazo , o el no enviar emisarios a la cita propuesta por los terroristas, se utilizaría como falta de voluntad por parte del Gobierno para solucionar el “ conflicto entre el pueblo vasco y el Estado opresor”.
Si se acude, una vez hecha pública la oferta, ETA conseguiría, una vez más, escenificar el esgrimido y falso “ conflicto”, con la resonancia mediática que siempre busca y el lavado de cara internacional que precisa. Sería, por otra parte, poner en plano de igualdad a un Gobierno democrático y a una banda terrorista, haciendo crujir los cimientos del Estado de derecho.
Bastantes vergonzantes pactos han habido en el reciente pasado y tomas de temperatura durante muchos años. La lección está aprendida: ETA ha ido ganando la batalla política, en las Instituciones están sus voceros. Solo las coordinadas actuaciones policiales, judiciales y de colaboración internacional, preferentemente con Francia, han ido mermando su capacidad criminal y ponerla sobre las cuerdas.
En ello hay que seguir. La alternativa de ETA no debiera ser otra que la de su disolución, entrega total de las armas y ponerse a disposición de la Justicia. Si quiere, sabe cómo hacerlo. En Oslo se concede el nobel de la paz, incluso algún terrorista ha sido galardonado; pero aquí no olvidamos que el árbol preferido por los etarras no es el olivo sino el ciprés del cementerio, en donde los crisantemos lloran a nuestros a muertos.
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