Hace años, cuando se inició la instrucción de la financiación ilegal del partido catalán Unió, presidido por Duran Lleida, éste se comprometió a dimitir si se demostraba tal supuesto, en el que aparecían involucrados miembros destacados de la formación política que lideraba y lidera. Recientemente se finiquitó penalmente el asunto mediante el acuerdo de conformidad. Se ha asumido la comisión del delito y se ha evitado la celebración del juicio oral. Es legal la fórmula aplicada, pero no ha tenido el final mínimamente ejemplar que demanda la sociedad, harta de tanta corrupción de altos vuelos.
Como parece inverosímil que Duran no conociera la ilegal financiación de su partido, cabe pensar que cuando anunció que dimitiría si se probase la fechoría, albergaba la alta seguridad de que nunca ocurriría. Curtido, influyente y respetado en lo político, es conocedor de vericuetos y componendas que escapan al común. Tampoco hay que descartar que el anuncio obedeciera a un fingido alarde ético-verbal para escenificar su ignorancia de lo sucedido, dejar correr el tiempo y, ya se sabe, si se tuerce la cosa, aplicar lo "del dicho al hecho hay gran un trecho"; lo que ya ha efectuado al decir que nones.
ERC ha exigido que dimita Duran Lleida y cumpla con lo que dijo que haría. Tales independentistas deben pensar que las últimas veleidades soberanistas de Duran son meros gestos de cara a la galería, dudar sobre a qué señor sirve y, por tanto, querer apearle del sillón para que lo ocupe un nacionalista más diáfano y aguerrido, claramente identificado con el proyecto separatista. No se encuentra otra explicación para quienes, por ejemplo, guardan mutismo sobre los escandalosos e inexplicables enriquecimientos de la familia Pujol.
Hay voces que piensan que es más útil que Duran no dimita, tildándole de hombre moderado, pactista, táctico y hábil interlocutor, que podría coadyuvar a frenar los delirios independentistas del clan Pujol-Mas y, con ello, a la vertebración del Estado. Otros opinan que es el incombustible arribista que juega a varios paños.
¿Con cuál de los dos retratos nos quedamos? Los personajes oblicuos y taimados se mueven en las intrigas como pez en el agua, y en ocasiones, confiados en sus habilidades, desdeñan la posibilidad de quedar en entredicho y crear recelos. Duran i Lleida, que no tiene un pelo de tonto, parece que se ha pasado de listo al jugar con dos barajas, lo que ha debido molestar a los " croupiers" que compiten por repartir las cartas y controlar la partida.
En fin, estamos ante el enigma Duran Lleida; ¿ hombre límpido y leal, el del doble juego, o cínico simulador?. Igual no hay misterio alguno y la cosa sea más simple; esperaremos a que acabe la función.
No hay comentarios:
Publicar un comentario