El Papa emérito, Benedicto XVI, ha vuelto a casa; a su nueva residencia en el monasterio " Mater ecclesiae ", ubicada en los jardines del Vaticano, en la que permanecerá alejado del mundo hasta que Dios le llame. A su llegada le esperaba el Papa Francisco, sonriente y feliz para dar la bienvenida a su hermano en Cristo. No ha esperado el nuevo Papa a recibir en audiencia a su predecesor, sino que, anticipándose, afablemente ha ido a su encuentro. ¡ Qué lección de humildad, fraternidad y humana exquisitez !
Ambos estarán próximos, como quien dice a un tiro de piedra, dentro de los muros que circundan el Vaticano. Uno, pilotando la barca de Pedro; el otro, en discreto retiro, apoyándole con la oración y el consejo si le es demandado. Una fotografía, que habla por sí sola, ha certificado la cercanía humana y espiritual entre los dos.
Cuán alejados son sus procederes de los que nos ofrecen, habitualmente, los gobernantes y dirigentes políticos a nivel mundial. Pero, claro, éstos son presa de las ambiciones y veleidades terrenales, olvidan con demasiada frecuencia el servir al bien común y entre ellos son dados, según las circunstancias, al fingimiento, la prepotencia o la doblez.
La Iglesia ve en cada hombre y mujer una criatura de Dios a cuyo servicio se entrega, repara en la trascendencia del ser humano, predica el AMOR y, entristecida, repudia los malos ejemplos que pueden surgir en su seno.
Dos hombres de Dios, nuevamente, se dieron ayer la mano. Atrás quedó el estrechar de ellas en Castel Gandolfo y, como allí sucedió, tras el emotivo saludo dirigieron sus pasos a la capilla para orar juntos; como una llamada al " Oremus pro invicem", al orar los unos por los otros, para que centrándonos en Cristo nos convirtamos y contribuyamos a un mundo justo y en paz, a un mundo mejor.
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