En Europa se acentúa la recesión económica y cunde la alarma, cuando se ha estado impasible durante años a su ocaso ético y moral del que, en gran medida, es la consecuencia. Orillando los valores que ennoblecen al hombre y a las naciones, se ha venido prestando exclusiva atención a la consecución y disfrute de lo material, a soñar con el estado del bienestar total que nunca se alcanza; olvidando que ambas opciones, de distinto nivel y de legítima aspiración, pueden ser compatibles cuando se respeta la dignidad de todo ser humano y se promueve el amor, la justicia y la solidaridad con los demás.
Se dirá que ese idílico mundo no existe, y es verdad; pero, al menos, no se debería renunciar al intento para que fuera posible, avanzando paso a paso con la ilusión de conseguirlo. Los escollos son muchos, principalmente el egoísmo y la mentira; mas el empeño de todos por superarlos ayudaría a quitar los sinsabores amargos de la vida.
No es fácil la tarea, pues cada cual, desde poderosos a insignificantes, somos presas de nuestros particulares demonios, de filias y fobias. Sólo las excelsas almas, las de elevado espíritu con desapego personal, son las que, con su ejemplo, nos pueden enseñar el camino para que, limando las asperezas de nuestros corazones, nos percatemos que estamos llamados a la trascendencia, que este vivir es un simple pasar.
Sigue vigente el llamamiento lanzado por Juan Pablo II a Europa en 1982 desde Santiago de Compostela: " Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal... te dirijo a ti, vieja Europa, un grito lleno de amor: encuéntrate a ti misma, se tú misma. Redescubre tus orígenes. Reaviva tus raíces... Tú puedes ser todavía un faro de civilización y un empuje de progreso para el mundo. Los otros continentes te miran y esperan también de ti la respuesta que Santiago dio a Cristo: Yo lo puedo ".
Ya que Europa no le hizo caso, empecemos por encontrarnos cada uno a nosotros mismos.
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