La Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados ha realizado un informe sobre posibles cambios en el uso horario y la deseable conciliación de la vida laboral, personal, familiar y social; sometiéndolo a consideración del Gobierno, al que recomienda efectúe un estudio que aborde esta problemática y la incidencia que tendría en tales aspectos y en la subsiguiente repercusión económica.
Se trata de un tema complejo en el que habría que contemplar múltiples factores y situaciones diferentes para compaginar intereses distintos y a menudo contrapuestos. Lo bueno para unos podría ser perjudicial para otros, lo conveniente para uno o varios sectores de la producción y de servicios podría no serlo para otros, y así sucesivamente ante tantas particularidades en juego.
En cualquier caso, la aspiración a conciliar los diversos derechos y deberes es un hecho que va a más; aunque con el paso de los tiempos han ido produciéndose avances concretados en realidades. Ello repercute en los hábitos generalizados de toda sociedad, pero no debería afectar a lo que por tradición, cultura, geografía y clima conforma las esencias específicas que caracterizan, enriquecen e individualizan a un pueblo, diferenciándolo de los demás. En esto radica el meollo de lo que procede cambiar y conservar. Requiere recto y sosegado juicio, alejado de prisas, veleidades y oportunismos, para acertar y no poner innecesariamente la casa patas arriba.
El problema acuciante de ahora es resolver el paro, incrementar la productividad con la eficiencia y estímulos atractivos, eliminar gastos superfluos, adelgazar la Administración y poder mantener los servicios esenciales. El cambio de horarios y la conciliación ayudan a conseguir el estado del bienestar, aunque frecuentemente son una consecuencia del mismo; pero no se puede alcanzar si antes no se ha resuelto lo primero. De todos modos, bien está en que se mantenga la preocupación por él y no caiga en el cajón del olvido.
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