El islamismo radical, con su derivada terrorista, es un cáncer en metástasis que no respeta fronteras terrestres e ideológicas, ni discrepancias religiosas o de interpretaciones coránicas. El fanatismo es el dedo que aprieta el gatillo y activa la espoleta de la destrucción.
Expandido, se ha incrustado en el " infiel" Occidente, y entre nosotros, más o menos agazapado, anida y actúa; no escapando tampoco a sus amenazadoras garras los tenidos por "apóstatas" y enemigos en cualquier otra parte. Y es que el fanatismo ciego no atiende a razones, siempre busca y encuentra pretextos para ensañarse, dejando desolación allí donde echa la zarpa.
A los gobiernos, líderes mundiales y organizaciones internacionales compete el poner fin a esa locura; mas sería irresponsabilidad y error si, a nivel individual, se pensara que el problema queda lejos y no echásemos una mano para solucionarlo dentro de las posibilidades de cada uno por insignificantes que parezcan. Con todo, vano será el esfuerzo si los propios musulmanes, llamados moderados o aliados circunstanciales de Occidente, no ponen toda la carne del cordero al asador.
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