El fútbol levanta pasiones, la liga ya ha empezado. En el césped, el árbitro, ayudado por dos asistentes, vela para que se cumplan las reglas del juego; pita falta o saca la tarjeta a quien se las salta, siendo habitualmente tildado de vendido al equipo ganador por los entusiastas del perdedor.
Con el inicio de Septiembre, también han vuelto los contendientes políticos al campo de juego, aunque todos los bandos han tenido su centinela de guardia agosteño para guardar el respectivo terreno y cubrir la portería ante los eventuales disparos contrarios.
En los encuentros futbolísticos hay un árbitro y dos linieres; en las disputas políticas ejercen como tales los forofos de las respectivas aficiones que, en constante arrebato o por conveniencia, barren para casa sin querer ver más que las faltas del adversario. Hay seguidores ponderados de los distintos colores, tanto en el balompié como en la política, que recurren a la moviola para cerciorarse de las jugadas en litigio, comprobando con disgusto que entradas sucias y " offside " igualmente se dan en su equipo preferido.
En el fútbol gana el quipo que mete más goles; en la política, el partido que recibe mayoritarios aplausos al final. Aquel es un deporte que sirve de válvula de escape para las tensiones que los espectadores acumulan en el día a día; la política origina muchas de ellas y desengaños por escándalos, por eso proliferan los abucheos y broncas en detrimento del batir de palmas.
El curso político ha empezado. Veremos qué nuevas deparará.
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