Todos deseamos la paz. En las iglesias cristianas se invita a dárnoslas como hermanos y se estrechan las manos como signo de tan buen deseo, los judíos saludan con " shalom", los musulmanes con "salam", el budismo la contempla en sus mantras y en las restantes culturas hay imprecaciones y rituales llamando a la paz. Grandes personalidades han elevado su voz por ella: diferentes Papas siguiendo el saludo de Jesús( " La paz sea con vosotros"), San Francisco de Asís con el " paz y bien", Gandhi, Einstein, Teresa de Calcuta, Confucio,...;incluso se creó el Premio Nobel de la Paz, cuya concesión, en ocasiones, ha originado controversias.
La paz es una noble aspiración difícilmente alcanzable que, en ocasiones y en aparente contradicción, se trata de imponer por las armas. Es como si Dios hiciera oídos sordos a las oraciones por la paz celebradas entre diferentes confesiones religiosas, convocadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI, a las promovidas por distintos prelados del orbe católico en diferentes naciones y a las súplicas que se elevan durante la celebración de la Eucaristía. El Papa Francisco ha hecho un llamamiento para que el día siete de este mes se celebre una jornada de oración y ayuno para la paz en Siria, en el Oriente Medio y en todo el mundo, invitando a que se sumen líderes de otras religiones, cuyos ruegos habrá que seguir aunque parezcan vanos a la vista de la historia y de la realidad actual.
No es que Dios no escuche, es que nos hizo libres y el hombre en el ejercicio de su libertad opta por el bien o por el mal, vive de cara o de espaldas a Él. " Mi reino no es de este mundo", dijo Jesús, anunciando que tenían reservado el celestial los que proclamó bienaventurados en el sermón de la montaña; entre ellos se refirió a los pacíficos que " serán llamados hijos de Dios", los cuales, según el pensamiento católico, " son no sólo los que viven en paz con los demás sino que además hacen lo mejor que pueden por conservar la paz y la amistad entre los hombres y entre Dios y el hombre, y para restaurarlas cuando han sido perturbadas".
Es decir, hay un deber moral de restaurar la paz cuando ha sido perturbada. Los medios de la Iglesia son la oración y el abrazo fraterno, que suelen fallar ante los " duros de corazón". Corresponde a los gobernantes utilizar su poder e inteligencia para preservarla y restablecerla cuando es conculcada, activando los medios lícitos proporcionalmente adecuados para cada caso. En esto reside la gran responsabilidad.
El alemán Schiller, que fue gran dramaturgo, filósofo e historiador, escribió " El más santo no puede mantenerse en paz cuando no le place al vecino malvado". Viven en el mundo muchos santos anónimos, pero también hay malvados conocidos. Bondadosos y malvados andan repartidos por el orbe. Algo habrá que hacer para frenar a éstos últimos si se quiere la paz, aunque ningún malvado se reconoce como tal por muy tirano u opresor que sea y, por tanto, suelen resultar estériles los intentos de mediación y diálogo para recuperar la paz perdida.
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