Es lógico que los medios dediquen grandes espacios a la Duquesa de Alba, fallecida ayer. La preeminencia numérica en títulos de nobleza sobre otros que ostentan uno o varios, unido a su peculiar personalidad, reflejada en su forma divertida de entender y vivir la vida, la espontánea naturalidad en la que se desenvolvía, su cercanía, el apego a las artes y a las tradiciones que nos son propias- toros, flamenco, Semana Santa,...-, y a la estima generalizada que se le tenía, de modo especial en Sevilla, en donde tenía fijada su residencia habitual, junto a la pasión que ponía en todo lo que hacía- en libertad y sin los prejuicios convencionales al uso del rango nobiliario-, hacía que al decirse " la Duquesa" se identificara el título con ella.
Se ganó la admiración por donde pasó, caían bien sus ocurrencias, conservó un valiosísimo patrimonio cultural( pictórico, histórico, palacios, castillos,..); cultivo amistades. En cierto modo, hablar de la Duquesa era retratar una parte notable de la España de todos. En ella confluían grandeza y sencillez, abolengo y pueblo llano, devociones religiosas y pasiones mundanas, riqueza y desprendimiento benéfico.
La Casa de Alba entró en la Historia de España hace siglos. Que las puertas del cielo se hayan abierto a la Duquesa Cayetana.
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