Ya es hora de que las grandes empresas, cajas de ahorros, bancos y otras identidades financieras, ubicadas en Cataluña y que no se identifican con el proceso secesionista, se domicilien fuera de dicha Comunidad, caso de no haberlo hecho ya. No pueden estar sus clientes, repartidos por toda España, expectantes sobre el qué pasará. Tienen que tener seguridad en sus inversiones, ahorros, y saber de qué pie cojean los establecimientos y grandes superficies comerciales en las que compran. Estas últimas también deberían preocuparse de saber cuál es la tendencia, separatista o no, de sus proveedores, con el fin de continuar o no con ellos. Si “ el cliente es el que importa”, además de la legítima búsqueda de ganancias, deberían ofrecer los productos, en el caso de no simpatizar con los nacionalismos excluyentes, provenientes de los fabricantes que se declaran catalano-españoles o simplemente españoles. Después, que el cliente elija entre las diferentes opciones.
No se trata de discriminar, penalizar o boicotear lo catalán, allí hay sentimientos diferentes y opuestos, sino de no contribuir a fomentar y sufragar a los que se inclinan por el secesionismo o a los que “ no se mojan “ con su equidistancia. Cada cual es libre de disponer de su dinero, pero tiene derecho a saber a quién lo confía y el que se beneficia de él. A los que reniegan de lo español, cualquiera que sea su origen y lugar de residencia, ni un euro. Las ofertas son múltiples y variadas, también en Cataluña. Dicen que “ el dinero no tiene color”, pero el común tiene su corazoncillo y las convicciones para inclinarse por unas u otras posibilidades. Y que no se olvide que una gran parte de los catalanes se oponen al secesionismo y sufren la opresión por defender sus ideas. Con éstos hay que estar siempre.
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