Cicuta venenosa es el odio,
emponzoña el alma
de quien lo destila.
Árbol sin fruto,
río sediento,
día sin sol,
noches de insomnio.
Ciega los acuíferos;
los secos cauces
sólo albergan
lágrimas
de sollozos y
dolor.
Mancilla la flor,
la ambrosía deleitante,
la fragancia embriagadora del amor.
Hambre y sed de venganza
no sacian al perenne rencor.
El odio autodestruye al odiador:
droga que atrapa y consume
al adicto contumaz, preso de sus
garras.
No concibe la indulgencia ni el
perdón,
los que tal vez implore para sí
cuando sienta cerca la parca.
¡ Concédasele la gracia
de su última voluntad !
Nunca es tarde para arrepentirse,
perdonar y amar.
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