En la vida hay un pulso constante entre el bien y
el mal. El resultado final depende de nosotros, personal y colectivamente. El
discernimiento nos hace ver dónde residen, permitiendo ir libremente en pos del
uno o del otro. Pero a menudo la señal que indica el camino es engañosa y nos
marca la dirección contraria. De ahí la importancia de buscar el trayecto que
nos lleve al destino preferido.
Cada persona es un mundo único, diverso, complejo
y con porciones de maldad y bondad, resultando extremadamente difícil alcanzar
la perfección, aunque no hay que cesar por aproximarse a ella. En los diferentes
conjuntos sociales y en sus dirigentes suelen darse también ambas tendencias, y
el hecho de que prospere una u otra depende de nuestra aquiescencia o rechazo,
para lo que hay que tener en cuenta los fines perseguidos y los medios empleados para lograrlos, así como si las
palabras se corresponden con los hechos. La experiencia personal y el
conocimiento del pasado pueden servir de orientación para el discernimiento y la
elección.
Trasladando lo anterior al ámbito político, lo
prudente y aconsejable es elegir por lo bueno o lo menos malo, por lo que
favorece o perjudica menos al bien común. Queda reservado a la conciencia de
cada cual decidirse por qué plato de la balanza apuesta.
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