Los políticos tienen labia,
hablan de lo que sea,
sabiendo o sin saber.
Para todo tienen su argumentario,
se atenga o no al guion,
resultando, por sabidos, un tostón.
Ante preguntas incómodas
se van “ por los cerros de Úbeda “,
largando sus consabidas peroratas
sin centrarse en la cuestión.
Cada respectivo “ fan “ aplaude y elogia a los
suyos,
dándole de continuo al botafumeiro;
denostando o poniendo peros a los
adversarios,
sin reparar si tienen algo de razón.
Como en la política no existe la
virtud,
la gente, al votar, se inclina por el
partido
que considera el mejor o menos malo
para sus ideales e intereses
personales,
a riesgo de que después le den gato por
liebre.
Hay que guiarse por los hechos, no por las
palabras
ni por las utópicas y demagógicas
promesas.
Pero muchos tragan con lo que sea
con tal de medrar, vivir del cuento y comer del
pesebre.
Así está el patio, crispado,
enfrentado
y con los “ tontos útiles “ mareando la
perdiz.
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