Es alarmante el gran número de actos violentos,
de diversas clases y motivaciones, que se vienen cometiendo. Raro es el día en
que no se den homicidios, suicidios, agresiones sexuales, lesiones inferidas
adrede, reyertas pandilleras, ajustes de cuentas, etcétera. Ello sin contar con los cometidos contra la propiedad y otras
figuras delictivas de menor gravedad. Basta ver las estadísticas de la
criminalidad en nuestro país, o estar al tanto
de las noticias al respecto, para darse cuenta de esta cruda y dolorosa
realidad.
Son espeluznantes sobremanera los homicidios en el ámbito familiar( filicidio, parricidio,
fratricidio, uxoricidio) y los de relación sentimental, así como los
subsiguientes a una violación, la ocultación del cadáver o su descuartizamiento.
Lo que subyace en la mente de estos desalmados, con independencia del efecto
coadyuvante de la pérdida de los valores humanos, es un enigma que pretenden
desvelar la psiquiatría y psicología forenses, más los aportes de la sociología y la criminología,
quedándose muchas veces veces sin repuesta. Lo que queda claro es que esta
sociedad está enferma, y con demasiada frecuencia surgen de ella las alimañas o
las crea. Mucho hay que hacer para, en lo posible, prevenir, disminuir o
erradicar esta lacra criminógena, aun reconociendo que en determinados
delincuentes no disuade la sanción punitiva ni surte efecto la reeducación
socializadora. No podemos resignarnos a convivir con tanta maldad, ni que los
depredadores y antisociales campen a sus anchas. Se podría empezar por una recta
educación, inculcando el respeto a los demás y a ejercer la libertad sin dañar.
En definitiva cultivar el espíritu y concienciar a hacer el bien. No debe servir
de consuelo ni de justificación que en algunos otros países ocurre lo mismo o
más.
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