La expresión “ Te engañan como a un chino “
no concuerda con la realidad, ya que, por lo
general,
son cautelosos, calmados, reservados, pacientes
y consumados trabajadores. Preguntan y se
informan
sobre los demás, no sueltan prenda sobre sí, su
entorno
y sus negocios, callan o dan por respuesta la
sonrisa oriental.
Se reúnen y emparentan entre ellos; cuando les
acerca
la ancianidad, vuelven a China a la espera de la
muerte.
Con los años que llevan asentados aquí, si se es
cliente
de sus tiendas y restaurantes, se sacan tales
conclusiones.
Esta pincelada no tiene más pretensiones que
exponer
la visión habitual de la “ currante “ inmigración
china, que no crea
problemas de seguridad y, si hay entuertos, los
arreglan
entre sí, no trascendiendo fuera de su
comunidad.
Contrariamente a los chinos, el escritor de estas
líneas
puede, por mala interpretación, engañarse a si
mismo.
A niveles muchos más altos y de arancelaria
actualidad,
por falta de conocimiento sobre el tema, no se
atreve uno a opinar.
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