Se da la espalda a Dios,
no se mira el madero
en el que su Hijo, Cristo,
para redimirnos fue crucificado.
Hay que volver la vista a Él,
mirar los clavos, las llagas,
el corazón atravesado,
la corona de espinas,
el cuerpo ensangrentado,
conmoverse, arrepentirse,
e implorar con afligida voz:
” Perdón Oh Dios mío ,
Perdón
e indulgencia,
Perdón
y clemencia,
Perdón y piedad ”.
La
sangre derramada por Jesús
es
salvífica, no fue en vano.
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