El apagón de la luz no parece casual.
Ha afectado, por lo que se sabe, a España y Portugal.
Obedezca o no a un ciberataque o a otro tipo de sabotaje
ha provocado multitud de inesperados desastres.
El más nimio es no poder calentar la comida,
tener que ingerirla fría, si no dispones
de un hornillo con gas.
Si se tarda mucho en restablecer los servicios
de electricidad, echaremos de menos los beneficios
que aportaban, por caros que fueran, los recibos de la luz.
Muchos se habrán vistos atrapados en los ascensores;
mermas tal vez en los hospitales;
reducción o paralización de ciertos transportes públicos;
alimentos, conservados en congeladores, desperdiciados;
imposibilidad o restricciones en internet y en la telefonía móvil;
afectación a las tarjetas de crédito e interrogantes sobre
las cuentas corrientes, depósitos y fondos bancarios;
repercusiones en la producción, en el trabajo,
en la salud, en el bienestar y en la economía.
Abiertas quedan otras series de calamidades,
que podrían conformar una desestabilización híbrida.
Han pasado 7 horas del apagón general y seguimos igual.
Cuando acabe el estado actual en el que nos encontramos,
que es de Emergencia Nacional, esperemos que se nos
diga la verdad, tanto si ha sido una acción maliciosa
o una sucesión de fallos, errores o imprevisiones.
Confiemos en que los grupos electrógenos hayan funcionando
eficazmente en los puntos críticos hospitalarios,
y en los ubicados en otros sitios de esencial prioridad.
Hemos vuelto al día de los transistores, por los que
nos informamos de la evolución de los aconteceres.
Se dice que, paulatinamente, se recuperará la normalidad.
Parece que es así. ¡ Ojalá no haya vuelta atrás !
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