No es odio ni discriminación
contra los musulmanes radicales,
aquí asentados, decirles en voz
y gestos firmes: Hasta aquí hemos
llegado.
Os habéis pasado contra nuestra cultura
y cristianas raíces. O rectificáis vuestra
intolerancia y desafíos, o volvéis a vuestros países.
Pero para eso, los acomplejados
gobernantes
no tienen narices.
Nada tenemos contra vosotros,
ni contra vuestras costumbres
alimentarias y creencias;
pero respetad las nuestras.
Si no se os frena a tiempo,
convertiréis los campanarios en
minaretes,
en mezquitas las iglesias, e
impondréis
a los hombres las babuchas y
chilabas,
y a las mujeres la abaya.
Esperemos que se os contagie algo positivo
de la condescendiente Europa en la que
vivís,
pese a su desnortado rumbo buenista y, cuando
la
conquistéis y gobernéis, permitáis, al
menos,
el bikini y la minifalda, que alegran la
vista,
así como el jamón y el buen vino que
deleitan el paladar.
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