A propósito de lo que se atribuye a Aristóteles, “el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa lo que dice”, debió surgir la pregunta “¿porqué hay que pensar siempre lo que se dice y no decir lo que se piensa?”.
Difícil ser sabio, no tanto intentar ser prudente y quién, en ocasiones, no ha sentido rebeldía interior y le hubiera gustado gritar el interrogante anterior “¿Por qué………?” para, a continuación, decir lo que piensa.
Situaciones vitales, queridas o no deseadas, obligan a silencios que, cuando se prolongan en el tiempo y condenados están a permanecer encerrados a perpetuidad bajo siete llaves, pueden condicionar la personalidad en altibajos de diferentes matices .Se pueden sobrellevar con estoicismo, en buscada soledad, con naturalidad o con disipado vivir en permanente auto engaño; mas el silencio te acompañará siempre cual inseparable amigo o maligno tumor. Forma parte de ti en juramentada unión.
Si acaso, una hoja en blanco puede servir de momentáneo alivio, trazando en ella surrealistas trazos, indescifrables letras que, por asegurar más los silencios, una vez emborronada alimento será para voraz trituradora.
Reflexiones o delirios éstos, que no merecen pérdida de tiempo en intentar descifrar. Nada ocultan, nada dicen. Es hora de comer; tu, mutismo confiado a la paciente cuartilla, alivia el hambre de la dentada máquina; yo a comer en mesa con o sin mantel; un cacho de pan, con aceite y vino fresco será suficiente. No tardaré, para juntos reiniciar la andadura
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