La izquierda radical y la radicalizada en progresión se han echado al monte de la irresponsabilidad. Sus peroratas rezuman desprecio y amenaza, las mires por donde las mires. Desprecio, a veces odio, hacia quienes no se ajustan a sus dictados; amenaza para imponer sus criterios, brujuleando por las lindes dictatoriales cubano-chavistas. Lanzan soflamas incendiarias y propuestas populistas, soliviantando a quienes siempre están dispuestos a la gresca.
Y es que a estas alturas, en el siglo XXI y cuando España precisa grandes dosis de moderación y de elevadas miras, hay quienes compiten por recuperar el olor a la naftalina caduca de sus ancestros. Dicen que dominan la cultura; sí, la que corroe las conciencias y obnubila a los incautos. Insensibles al desaliento, seguirán por la peligrosa senda.
Por otra parte, son gratos al oído los versos sueltos que, sin dejar de ser de izquierdas, no secundan la montaraz y sectaria deriva.
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