Progresará la ciencia, habrá muchos avances tecnológicos en el futuro, del mismo modo que los hay ahora respecto a tiempos pretéritos, surgirán novedosas utopías, muchos cambios sociales podrán producirse; pero el hombre seguirá preguntándose: quién soy, por qué, para qué estoy, qué estoy haciendo.
Cuestiones que no dejarán de formularse aunque- intentando arrancar del ser humano el sentido trascendente de la vida para que se meza en el relativismo- se pretenda que tales interrogantes queden ahogados o desvirtuados alienando al hombre, despersonalizándole, conduciéndole a la huida de si mismo en busca de la fugacidad, del tener por tener, del engaño seductor del poder, del egoísmo, del placer por el placer...
El hombre, más tarde o más temprano, busca encontrarse a sí mismo, encararse desnudo de artificios al espejo de su conciencia. Cuando ve la ruindad que en él anida, instintivamente sopla sobre el cristal para que el vaho empañe la visión; pero el vapor, una y otra vez, se ausenta y aparece la cruda realidad.
Puede que no quiera admitirla y lance con el puño su furia contra el espejo, pero la imagen ya se ha exhibido y la conciencia sangrante baja de los nudillos y dedos. Tal vez, en un acto de humilde introspección, vea su poquedad y sus miserias, y los puños los lance contra su pecho.
En uno u otro caso, habrá quedado abierto el camino para despejar las incógnitas y desvanecer las angustias más recónditas e íntimas del hombre.
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