Que el fanatismo está presente en todo terrorismo, es un aserto comúnmente aceptado. De ahí que mientras exista un fanático con intención de matar y posibilidad de hacerlo, el riesgo siempre permanece por muchas medidas que se adopten para evitarlo; la seguridad total no existe.
Ello no debe implicar fatal resignación ni cruzarse de brazos ante lo que resulta harto difícil de prevenir, sino el reforzar los medios y las actitudes personales y sociales para que no se produzca, con el fin reducir el peligro, minimizar sus efectos y no ser presa del miedo.
Dicho lo anterior, reiteradamente repetido por tantas voces, vaya la admiración por los Estados Unidos de América, paradigma de tener las ideas claras de cómo enfrentarse al terrorismo: sin partidismos, chalaneos, complejos ni cesiones. Gobernantes y pueblo siempre unidos frente a la zarpa terrorista, rindiendo el debido homenaje a sus víctimas, elevando sus oraciones por los caídos, orgullosos de sus héroes, emocionados con las estrellas de su bandera y el himno de su nación.
Tras el reciente atentado en Boston se ha demostrado, una vez más, el ejemplar y patriótico reaccionar del pueblo estadounidense ante el terrorismo. Es difícil no tenerle sana envidia.
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