Todo el mundo tranquilo, no hay tambores de guerra. La flotilla de combate que saldrá de Inglaterra es para participar en una de las maniobras que, de vez en cuando, realiza, aunque no deja de parecer una chulería en estos momentos, dado el lío que ha desencadenado el desafiante gobernador británico de Gibraltar, Fabián Picardo, que cual avispa siempre anda picando con tal de escocer al español. Pero tampoco es para tomarlo a la tremenda si, como se dice, las maniobras navales estaban programadas desde hace tiempo.
No, no hay peligro de enfrentamiento ni choque bélico; llevamos trescientos años reclamando lo que es nuestro, la soberanía española, y podemos aguantar otros tantos con conversaciones que a nada conducen y enfados por los escarnios que nos propinan. La historia y la vida dan muchas vueltas, aunque el contencioso por ese peculiar planeta de los simios sigue anclado debido, principalmente, a los secretos que captan sus largas antenas y a los contenidos en los túneles horadados en la roca.
Pero como no hay mal que por bien no venga, el problema que ahora ha surgido sirve para recordar que Gibraltar existe y es español, lo que no olvidarán aquellos de las nuevas generaciones españolas que desconocen la historia.
La flotilla británica debería ser recibida con el genuino humor español: por barcas de pesca con grupos de chirigotas de Cádiz a bordo, disfrazados de piratas con pata de palo, parche en el ojo izquierdo, garfio en el muñón de un brazo, y cantando.
Entre cantes y chanzas, espacios para el silencio para que en todo el estrecho se escuchara, a través de potente megafonía, el recitar de la "Canción del pirata" de José Espronceda. El " cante" ante el mundo entero quedaría asegurado y una incruenta batalla ganada.
Canción del pirata:
“Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul:
Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»
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