La corrupción campa en diversas plazas; pero la socialista en Andalucía, más la que se airea sobre la andaluza UGT, es como una fuente con mil caños que no deja de chorrear, cual si el agua que se despilfarra y malversa procediera de un inagotable manantial. No ha importado si los años han sido de sequía, que es lo habitual, o de torrenciales lluvias que muestran su enfado de vez en cuando. La cuestión es que los aguadores la han repartido a su gusto, generalmente para aliviar la sed de quienes levantan el mismo botijo, pero salvaguardando a cal y canto su particular pozo.
Y es que, aunque no solo a ella, a esta izquierda le falta vergüenza torera. Se pone la montera por sombrero y, desde el refugio del burladero, anima al tendido para que pida la vuelta a los corrales del astado que puede empitonarle. Pero si el cornúpeta embiste a quien muestra el engaño por la derecha, cambia de tornas: eleva las protestas y lanza las almohadillas al ruedo para que el diestro acabe cogido y llevado en volandas a la enfermería.
En el arte de Cúchares siempre se ha conjugado nobleza, rivalidad entre los maestros y preferencias entre la afición. En los últimos años, las malas artes de muchos políticos ha enfangado las plazas y así no hay quien toree ni público que aplauda, lo que es aprovechado por los espontáneos que piden su oportunidad y por aquellos picadores chequistas que, sádicamente, se recrean cuando clavan con brutal saña la puya de la vara.
Los maestros tienen que saber escoger ganadería y cuadrilla para que la fiesta resulte atractiva, y cuando los mozos les ofrezcan el botijo que sea para refrescar el gaznate y rociar sus manos con agua pura. De aquellos depende que la afición recupere la ilusión, que suene la diana floreada y, cuando culminen una buena faena, salir a hombros del coso. Mientras tanto muchas cosas tienen que cambiar para que la vergüenza torera reine en la política y el cartel atraiga.
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