En las izquierdas hay una competición para ver cuál de ellas demoniza más al Partido Popular. No quedan lejos los airados gritos de los manifestantes que pedían su disolución e insultaban a los dirigente populares calificándoles de asesinos. ¿ Acaso se han olvidado las protestas callejeras orquestadas a raíz del inicio de la guerra declarada al Irak de Sadam Husein por el Presidente norteamericano Bush Jr., en la que España, gobernada entonces por Aznar, respaldó la acción militar y prestó primordialmente ayuda humanitaria? ¿ Tampoco se recuerdan los asedios a las sedes del PP con motivo de los atentados terroristas del 11-M perpetrados en Madrid, después de que Pérez Rubalcaba dijera falazmente, en vísperas de elecciones generales, " los ciudadanos españoles se merecen un Gobierno que no les mienta" ? Por cierto, recientemente el líder de Podemos, Pablo Iglesias, ha reconocido que el " pásalo", llamando a concentrarse ante la sede del PP y otros espacios públicos en la jornada de reflexión " se gestó en su facultad". El odio que destilaban los ojos y las palabras de las manipuladas e intoxicadas masas son imborrables.
Pues bien, aunque cabría decir mal; aquel estigma subsiste, agravado por la crisis mal gestionada en su día por los socialistas y los casos de corrupción en los dos principales partidos mayoritarios- PP y PSOE-; reiterándose machaconamente por los altavoces mediáticos de la izquierda los que afectan a la formación popular, y pasando de puntillas sobre la socialista. No importan los indicios de recuperación económica, de reducción del paro, ni las medidas contra la corrupción y por la transparencia, llevado todo ello a cabo por el actual Gobierno del Partido Popular, al que se le niega hasta el beneficio a la duda. Parte de culpa tiene; pues, centrado en lo económico, ha estado alelado ante el activismo de sus adversarios y displicente con sus bases y con algunas demandas de parte de su electorado.
Ahora, cara a las próximas generales, se han producido ciertos cambios de lozanía en la cúpula del PP, esperándose nuevos aportes y métodos de actuación para transmitir ilusión, recuperar el voto perdido y poder obtener una mayoría suficiente en los próximos comicios que le permita seguir gobernando. Complicado está el actual panorama político como para hacerse demasiadas ilusiones; pero peor sería el inmovilismo. Las izquierdas, en bloque o por grupos, harán lo indecible para que no vuelva a gobernar, y los partidos secesionistas no se quedarán en la zaga.
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