La educación debe ir dirigida a perfeccionar el ser humano desde la temprana edad, estableciendo una serie de orientaciones y ejemplos para el desarrollo moral y cívico del individuo en sí, y cómo comportarse socialmente en relación con los demás y el entorno circundante. Debe inculcar rectos valores y principios, correspondiendo primordialmente tal tarea a la familia y a los centros docentes. El apoyo y el estímulo de los gobiernos es imprescindible para, con visión de futuro, conformar una ciudadanía libre, honrada, respetuosa y responsablemente crítica con lo susceptible de mejorar.
Aun así, la educación pretendida puede verse entorpecida por factores e influencias contraproducentes de diversa índole ( amistades, malos ejemplos en general, los contenidos de ciertos medios y el descontrol de las redes sociales, el relativismo en sus distintas formas, la insolidaridad, la violencia física o verbal,...), que pueden llegar a echar por tierra los esfuerzos educativos; máxime si van calando en la niñez y en la juventud que, por cronología, no ha alcanzado la madurez. De ahí, que la educación debe ser integral y perseverante, procurando que arraigue como antídoto que la preserve de los males que, con tanta frecuencia, campan a sus anchas por la sociedad.
El promover la cultura para la adquisición de conocimientos, ampliarlos y desarrollarlos, también es fundamental; pero debe ir precedida o a la par con la educación. Asociadas son una garantía del verdadero progreso humano: el vademécum a no olvidar.
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